martes, 23 de septiembre de 2008

Se acabó. Se había acabado. Una parte de mí, la más caprichosa, pensaba que haberlo dejado estaba bien, porque merecía más atención de parte de un hombre. Sí, pensaba que necesitaba algo más de un hombre, pero todo lo que podía pensar ahora era: “necesito morirme”. Claro, eran solo fantasías. Era mi “primera desilusión amorosa”, como decía la gente en general. Yo muy profundamente tenía la convicción de que no era simplemente una nena que dejaba a su primer novio e iba a superarlo en cinco o seis días, ni semanas, ni años. Me había convertido en una persona desdeñosa, alguien que no sabía gratificar a otros, que siempre buscaba el placer propio. Merecía placer, merecía dejar de sufrir… y por sobre todas las cosas: no podía parar de imitarlo. Es la persona más egoísta y centrada en sí mismo que conozco. No puede parar de hacer maldades, no puede consigo mismo. Necesita, supongo, escarbar en lo más profundo de las personas en busca de un punto débil. Y va a usar sus tácticas en cualquier persona que se le vuelva de pronto una molestia. Mentira, siempre digo algo y hago lo opuesto. Una atracción que jamás desarrollé con otra persona y que sé que él tampoco pudo experimentar. Yo no lo entendía hasta que empecé a estar con otros hombres: ninguno se comparaba con él. En ningún aspecto eran confrontables. Maldito el día en que lo conocí.

No hay comentarios: